- ¿Estás por ahí abajo?
- Sí.
- ¿Y qué coño haces ahí metido?
- Llorar.
- ¿Cómo una nena?
- Algo parecido.
- Tú eres imbécil.
- ¡Eh! No te pases que formas parte de mí.
- No por mucho tiempo.
- ¿Y eso?
- Pues que he pedido el traslado, ya he firmado los papeles.
- ¿Traslado? ¿A dónde? ¿Cuándo?
- Me voy a otra cabeza en cuanto te saque de este agujero.
- ¿Pero por qué?
- Vamos no llores, porque eres un cobarde y un niñato que sólo sabe lamentarse sin mirar más allá de sus narices.
- No empieces, que no estoy para que me torees.
- Huy, que se enfada el pequeñín.
- ¿Vas a descargar la frustración conmigo? Como no lo puedes hacer con ella…
- Sería una buena idea.
- Pues déjate de tonterías y sale de ahí, cobardica.
- ¡No me toques las narices! Además todo esto es culpa tuya.
- ¿Mía? No me digas, ¿y de qué se supone que tengo la culpa?
- De qué esté así.
- Bueno, bueno, ¿y todo por qué te dijo que tenía novio?
- Sí.
- ¡Vamos hombre! Ya tuvo más novios.
- Lo sé, pero si me lo dijo es porque es importante para ella.
- ¿Y no te alegras?
- ¿Debería?
- ¡Por supuesto imbécil! Es tu amiga.
- No…
- ¿Cómo qué no? ¡Sí! ¡Sí que lo es! Y permíteme recordarte que es de las mejores, sino la mejor que tienes.
- No…
- Así que sale de ahí y llámala ¡Yaaaa!
- No quiero saber nada de ella…
- Eso te pasa por hacerte ilusiones. Además ella ya te había dado a entender que sólo serías su amigo.
- Pero…
- Ya sé; pero como estaba sola, siempre tuviste esperanzas y construiste sueños.
- Sí…
- ¡Pues ahora te jodes y te aguantas!
- ¡No quiero!
- Anda, ¡déjate de tocarme los huevos que no tengo y sal de una puta vez de ahí!
- ¿Dices tacos?
- Claro, es que tienes cosas de idiota; no te alegras, cuando sabes todo lo mal que lo pasó; le das la espalda, cuando ella ya dejó claro que te quería a su lado y te metes aquí para que no pueda marcharme a otro lado.
- ¡Eso no es verdad!
- ¿Ah no? ¿Y qué es verdad?
- No lo puedo imaginar; no puedo pensar que besa a otro, que abraza a otro, que se ríe de las gracias de otro, que duerme abrazada a otro… ¡Es superior a mi, no puedo!
- Pues no lo pienses.
- Pero no será fácil cuando la vea; por eso no quiero verla.
- No tienes remedio; trágate tus tonterías y sal de ahí. Llámala por teléfono, queda con ella y dile que te alegras mogollón por ella, que esperas que le vaya todo genial.
- No puedo…
- Entonces, es que no la querías tanto…
- ¿Cómo que no?
- Si tanto la quisiste, alégrate por ella, porque será feliz.
- Yo también la hice feliz…
- Seguro que sí y ella lo sabe. También te portaste bien con ella, nunca le hiciste daño, siempre estuviste ahí. ¿Sabes? Los recuerdos bonitos perviven; así que no le dejes un mal recuerdo.
- Pero…
- No hay “pero” que valga; llámala, hazme caso por una vez. A fin de cuentas es ella, es la misma que un día te hizo feliz…
Poned atención: un corazón solitario no es un corazón.
Antonio Machado