AHÍ QUEDA ESO....

Una islita de las cosas que nunca se dirán...

Nombre:
Lugar: Asturias, Spain

martes, marzo 27, 2007

El principio VI

“Una fría mañana de Abril, me encontraba entrenando con mi padre. Aquella mañana tocaba esgrima y en ello estábamos. Mi padre estaba siendo especialmente duro conmigo. Si bien no usábamos espadas reales para nuestras peleas, la espada de madera que él esgrimía se movía igual de rápido y resultaba igual de hiriente que una fina hoja de acero. En una de sus arremetidas, me golpeó en un hombro y me desplomé como cae una hoja en otoño, pensando que me había dejado el brazo inútil para siempre. Mi padre, lejos de acudir en mi ayuda, me obligó a levantarme con palabras hirientes: ¡Vamos cobarde, ponte en pie! ¿Y tú eres mi hijo? ¿Hasta un mendigo aguantaría ese golpe?
Estaba acostumbrado a las salidas de tono de mi padre, pero en aquella ocasión se le fue la lengua. ¡No me explico que tú vencieras a la peste que se llevó a mi esposa!
Desde el suelo, le miré con los ojos rojos y a punto de estallar en lágrimas, aún no sé cómo conseguí hablar, ni por qué mi tono de voz no mostró ninguna alteración: ¿Hubieses preferido mi muerte a la de ella?
Mi padre no se acobardó al oírme contestarle, por primera vez en su vida: Sí.
La mirada despectiva que me echó en aquel momento, fue suficiente, para qué todo el poder que tenía dentro se despertara. Me levanté sin sentir dolor alguno en el hombro, la cara serena no daba muestras de ser la de un niño de diez años y en aquel momento, con sólo un gesto de mi mano, la espada de madera que llevaba mi padre ardió como un trozo de madera en una chimenea.
Mientras los restos de la espada calcinada se extinguían, me di cuenta de que había emulado a los hombres del libro que leía a diario, pero no necesité conjuros, ni varitas; no pude seguir haciéndome preguntas, porque el esfuerzo hizo que me derrumbara.”

“Cuando recuperé el conocimiento no estaba en mi habitación, sino que me encontraba en una de las habitaciones del sótano, encerrado con llave. Un pequeño rayo de luz se filtraba por una rendija de la pared, que hacía las veces de respiradero. Aún escasa la luz me permitió recorrer rápidamente la habitación con la mirada. Sólo constaba de un catre duro y viejo en el que me encontraba y una mesa pequeña apoyada contra la pared. No había nada más, ni libros, ni cuadros, ni siquiera una gota de color que le diera otro aire. La puerta, de madera reforzada con acero, poseía una pequeña rendija a través de la cual pude ver un par de ojos que no reconocí, ya que casi tan pronto como aparecieron, se esfumaron.
Poco tiempo después, la puerta se abrió, y entró uno de los mayordomos de la casa que dejó sobre la mesa algo de comida.
Intenté hablar con él, pero me hizo un gesto con la mano, mientras añadía: Coma, después su padre le explicará.
Tras estas breves palabras se marchó rápidamente, sin embargo, el segundo que me miró pude notar que sentía miedo, sentía pánico de encontrarse tan cerca de mí.
Cómo en imágenes, lo sucedido en el patio de entrenamiento acudió a mi mente y empecé a ponerme nervioso. Sabía que por menos, mi padre había mandado colgar a muchos viajantes, acusándolos de herejía. Me tranquilizó pensar, que aunque no fuese su hijo soñado, al menos era su hijo. Así que comí, ya que algo en mi interior me decía que debería prepararme para lo que sucedería después.”

Espero que no pierdan el interés... yo creo que todavía me queda para seguir escribiendo, aunque cada vez sea de más en más tarde... Enfin, sean felices!

viernes, marzo 16, 2007

El principio V

Por cierto, esta es mi entrada número 200, no sé si es bueno o malo, pero ahí queda eso jejeje!!
Por eso les dejo un trocito, una migajita un poco más larga que la otra jeje!!

"Supongo qué ahora querrán averiguar cómo es que soy un mago y cómo lo descubrí. Déjenme advertirles que eso de que los magos se hacen estudiando artes oscuras es totalmente falso, así cómo es falso el hecho de qué poseamos poderes inagotables, capaces de someter hasta al mayor ejército del mundo.
Es cierto, qué envejecemos muy lentamente, podemos alcanzar los dos siglos de vida, somos capaces de oír cosas que nadie más oiría y somos capaces de curar casi todas las enfermedades y heridas, pero a pesar de ello, no somos invulnerables a las espadas o a las flechas, sangramos como los demás y no tenemos la posibilidad de escapar a la muerte…”


El mago se echó hacia atrás en la silla, releyó lo escrito mientras bebía, con pequeños sorbos, el vino que había en el pocillo.
Sabía qué llegaba a la parte más complicada y más confusa de su historia; sin embargo, tenía muy claro que debía seguir.
Dejó el pocillo y retomó la pluma, mientras en la oscuridad de la noche, las estrellas intentaban dejarse ver entre las nubes que amenazaban tormenta.


“Cuando cumplí diez años, mi padre me hizo dos regalos: una espada y un libro sobre magia. Me advirtió de que al haber cumplido diez años, mi entrenamiento sería más riguroso, ya que, estaba a punto de convertirme en un hombre.
Aquella noche y todas las siguientes, en la seguridad de mi cuarto, pude hojear el viejo libro que mi padre me había regalado. Me transportó a otras épocas, a otros mundos… Fue el mejor regalo de mi vida, ese y la primera varita mágica que me regaló Quesbo, el señor de los Bosques del Norte, pero eso es otra historia.
Cómo me advirtió mi padre, el entrenamiento se intensificó y me empezó a exigir demasiado, al mismo tiempo, los profesores también redoblaron sus esfuerzos por hacerme aprender un montón de cosas inútiles que no me interesaban. Sólo por la noche, mientras leía, una y otra vez, el viejo libro de magia, me sentía realmente feliz.
En más de una ocasión, me gané duros castigos, por aparecer en el comedor con una vara de madera en la mano gritando: ¡Abracadabra pata de cabra!
Sin embargo, una mañana, el juego se terminó…”


Los truenos interrumpieron la historia, el mago se giró hacia la ventana y con voz muda pidió a la tormenta que amainara. Al no conseguirlo, dirigió su mano hacia el gran ventanal que emitió un ligero ruido y de repente, el silencio volvió a envolver la habitación. El hombre sonrió y volvió a concentrarse en su tarea...

miércoles, marzo 07, 2007

El principio IV

Últimamente tengo algún problemilla con el ordenador, así que tranquilidad. Os dejo otra migajita de este largo camino, mejor dicho, relato :D
Disfrutadlo, aunque no será el último jejeje!!

El hombre se levantó de la silla y se estiró. “Me estoy haciendo viejo” fue apenas un murmullo, sólo audible para alguien que estuviese casi pegado a él. Con pasos lentos recorrió la habitación y se dirigió al gran ventanal que quedaba iluminado por la luz de la palmatoria.
Al apoyarse en la repisa, la luz incidió sobre él, descubriendo un rostro joven a pesar de la edad, con numerosas arrugas en la frente y en el contorno de los ojos que denotaban sabiduría.
Los ojos, de color marrón claro, conferían al rostro una expresión aniñada, pero también, denotaban fuerza y poder.
El pelo largo y de color oscuro le caía sobre los hombros, ciertas mechas de color blanquecino, daban al conjunto el aspecto de un hombre con mucha experiencia en la vida.
La barba y el bigote, bien recortados enmarcaban unos labios que normalmente se curvaban en una ligera sonrisa, que siempre se mantenía en su cara.
Llevaba puesta una túnica que le llegaba hasta los tobillos, de un color difícil de definir, entre el granate y un tono oscuro morado, con pequeños adornos, de aspecto abstracto, pero que representaban a las distintas constelaciones del cielo.
El conjunto se cerraba con un cinturón de cuero negro con una pequeña hebilla dorada y unas botas de montar sucias de barro.
El personaje se mantuvo apoyado en la ventana, mirando al cielo, reflexionando sobre cómo seguir su historia. De repente, una estrella fugaz atravesó el cielo perdiéndose en el horizonte hacia el este, a la vez que una lechuza se posaba junto a él.
La lechuza emitió una serie de chillidos y le señaló con el picó una bolsita que llevaba atada a la pata. El hombre la cogió y recompensó a la mensajera con una especie de galleta, que por arte de magia había aparecido en su mano. Después abrió la bolsita y sacó un trozo del mismo papel que usaba para escribir doblado con mucho cuidado. Dejó la bolsita en la pata de la lechuza y desdobló el papel. Sólo contenía una palabra: “Llegan.”
El hombre miró a la lechuza y susurró: “Entendido… Gracias.” La lechuza emitió un chillido aprobador y después de darle un picotazo en la mano, se adentró en la noche. “Pobres ingenuos… Esta bien, tendré que ponerme a trabajar.”
Se dirigió lentamente hacia la silla y se sentó, dispuesto a continuar su tarea…

“Acabo de darme cuenta que aún no les he dicho mi nombre… Kerem… Lo sé, hubiese preferido llamarme Arturo o Merlín, pero que quieren, ese era el nombre de mi abuelo y a mí me tocó llevarlo en su honor. Con el paso de los años, me acabaría convirtiendo en Lord Kerem, el más poderoso de todos los magos existentes. Pero para ello, aún faltan muchas páginas."

jueves, marzo 01, 2007

El principio III

Os voy dejando el texto a cuentagotas y es que yo también lo voy escribiendo muy despacio. La verdad, que me gusta cómo me está quedando, pero aún veo muy negro acabarlo, así que de momento os tendreis que conformar con poquita cosa jejeje!!!

“Crecí sano y fuerte y hasta al fecha nunca estuve enfermo, ni siquiera cuando las terribles pestes asolaron nuestras tierras, llevándose a su paso la vida de mi hermosa madre.
Tras su muerte, contando yo con apenas seis años, empezó mi instrucción a cargo de mi padre en las armas, en las estrategias de guerra y en cómo gobernar con justicia las tierras que un día heredaría.
Pasé largos meses de adiestramiento, que me llevaron a odiar con fuerza, al que hasta la muerte de mi madre, adoraba. Se mostraba inflexible conmigo, y en más de una ocasión sufrí en mis propias carnes la dureza de sus músculos y de su corazón, congelado por la tristeza de la pérdida de su esposa.
En su defensa puedo decirles que nunca fui especialmente dotado para las armas, es más, las espadas me producían terror y la sola visión de una gota de sangre conseguía que el color de mi rostro se esfumara y que me tambaleara como un borracho saliendo de una taberna de madrugada.
A pesar de todo, fui capaz de aprender a montar con relativa facilidad y pude disfrutar de largos paseos al atardecer por los dominios de mi familia que se extendían en el horizonte hasta dónde se perdía la vista.”


El hombre frenó de repente la escritura, leyó con detenimiento lo que había escrito hasta el momento y asintió, mientras de sus labios se escapaba un leve “perfecto”. Tras unos breves instantes de reflexión, la pluma volvió a rasgar el papel.

“Cómo les estaba diciendo, nunca fui especialmente dotado para las armas, sin embargo, si que lo era para las letras y los números. Con suma facilidad era capaz de recordar cualquier dato, fecha o nombre que hubiese leído y en muchas ocasiones, a mi mente acudían citas célebres en otros idiomas que sorprendían a mis maestros, pues en cuestión de educación, mi padre me dejó en manos de unos estudiosos extranjeros.
De su mano, conocí a los clásicos griegos y romanos, conocí la magia que guardaban los libros de la inmensa biblioteca que poseía mi casa y aprendí a menospreciar el valor de las armas.
Así transcurrió mi infancia, entre espadas y libros, poco a poco me fui convirtiendo en el hombre que deseaba mi padre, aunque a mi no me gustaba en absoluto. Prefería mil veces corretear con los hijos de los campesinos que sentarme en el gran salón a escuchar los sermones de los profesores. Hubiese cambiado mi espada de metal, por las de madera con las que jugaban los demás niños; pero mi padre se mostró inflexible.
Sin embargo, la felicidad infantil siempre se acaba, y aunque no me entusiasmara mi vida, yo era un niño sano y feliz y para lo que sucedió a partir de mi décimo cumpleaños, nadie me había preparado; ni mi padre con sus espadas y caballos, ni mis profesores con sus letras y números.”