Todos los días son Navidad (Cuento para el concurso de Isthar)

Siempre que leía las vidas de esos voluntarios que cuidaban a personas enfermas, me decía a mi mismo que eran una gente impresionante, que yo no sería capaz de hacerlo, que me faltaba la paciencia necesaria para llevar a cabo esa misión… Que equivocado estaba…

Durante casi 30 años trabajé en una empresa de fontanería, con mi furgoneta recorría todas las casas de la ciudad, arreglando desagües, cañerías, cambiando grifos y poniendo a punto calderas. Mi mujer, se quedaba en casa, cuidando a nuestra pequeña hija, que creció, creció tanto que sin darme cuenta, se casó, se marchó a otra ciudad y me convirtió en abuelo.

Desde hace 5 años, mi mujer yace inmóvil en la cama, sin poder moverse… Yo soy su única compañía. Me levanto a las seis, le hago el desayuno y casi contrarreloj empiezo mi jornada laboral. A la hora de comer, vuelo a casa para prepararle la comida y llevársela a la cama. Por las tardes, saco tiempo y fuerzas, para sacarla a pasear hasta el parque en su silla de ruedas. A ella le encanta, disfruta como una niña el día de abrir los regalos de Navidad. Es como si aquel fatídico 25 de Diciembre, nunca hubiese pasado, como si el otro coche no nos hubiese embestido, como si ella pudiese caminar…

El mes pasado, en el trabajo decidieron darme la prejubilación, creían que me hundiría; sin embargo… ¡Podré sacarla todos los días al parque, podrá disfrutar todos los días de su pequeña Navidad!

Ahora que ya no trabajo, he decidido seguir el ejemplo de esos miles de voluntarios a los que he convertido en mis héroes anónimos, voy dos días a la semana a ayudar en un hospital con niños enfermos de cáncer y sabéis… Cuando llego, parece como si fuera un enviado de los Reyes Magos o el mismísimo Santa Claus… Las risas, los gritos de los niños hacen que se me hinche el corazón, porque sé que me quieren y eso lo necesito, aunque ninguno de esos días sea Navidad…